Miro por la ventana del transmilenio y veo a la gente con
los pensamientos alborotados, todos pasan, se tocan sus hombros, pero nadie se
ve, nadie se pregunta, nadie lleva una sonrisa en su rostro. Esos seres no
necesitan saber de planeación porque sus ideas flotan en lo que hay que hacer…
y en lo que hay hacer… y en lo que hay que hacer.
Cambio la mirada a mi lado y nadie se mira aunque no haya
espacio, nadie sonríe, nadie quiere estar ahí.
Y es allí cuando recuerdo esa hermosa mañana con esos tibios
rayos, con esa paz que inquieta caminar por las calles sin cemento, por las
calles hechas con las pisadas de mis pisadas y las huellas de mis antepasados.
Toco la hierba que emana del suelo, las flores del piso,
dientes de león con ganas de que los sople. Escucho el murmullo que aparta el
silencio y la vibra del viento que muestra que vivo.
Así quiero recordar mi muerte, ver el rostro de alguien y
sin pedírselo, sonriera porque más allá de deber hacer esta el querer existir.
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